En el pasado como en la actualidad, crear una fundación de asistencia privada tiene un solo fin: la exención de impuestos.
William Oscar Jenkins, un extranjero que llegó a Monterrey y luego a Puebla para hacer fortuna, lo supo muy bien.
Con 16 mil pesos en la bolsa compró su primer empresa, una fábrica textil de Puebla y a partir de ahí su visión y empeño lo llevaron a crear uno de los emporios más grandes y poderosos de México e incluso le permitieron influir en decisiones de gobiernos locales, nacionales y hasta de los Estados Unidos.
Así era este personaje que lo mismo dominó a la industria del cine en México, que a la producción del azúcar desde el Ingenio de Atencingo, o el mundo de las finanzas desde la banca privada.
Quienes lo conocieron no pudieron más que odiarlo hasta el extremo o amarlo al límite.
Vivió de cerca la Revolución Mexicana; ésa que nos cuentan –a medias- los libros de historia.
Y es que lejos de ese afán filantrópico que se presume después de su muerte, a William Jenkins, -asesorado por su eterno administrador, Manuel Espinosa Yglesias-, lo movió el interés económico y el enorme deseo de atesorar más riqueza, para crear una Institución de Asistencia Privada.
Así nació la Fundación Mary Street Jenkins.
De acuerdo con la investigadora, Teresa Bonilla, de la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Puebla, y las biografías autorizadas de William Jenkins –una de ellas escrita por el mismo Manuel Espinosa-, además de “El Libro Negro del Cine Mexicano” de Miguel Contreras, la historia de Jenkins es una extraña mezcla de poder y oscuras etapas de misterio.
Uno de los momentos más polémicos fue el de su famoso secuestro en 1919, que –según- Miguel Contreras fue un autosecuestro planeado para evitar el pago de impuestos.
Y es que el dinero que logró atesorar Jenkins fue tanto que era necesario negociar prebendas con el gobierno, por eso se asegura que el “autoplagio” no fue para ganar dinero sino poder.
De hecho, después de que Jenkins recobró su libertad, en julio de 1920, “demandó al gobierno mexicano por un total de 390,851.90 pesos, es decir: 300 mil pagados al coronel Federico Córdova (su secuestrador); $4,265.25 extraídos de la caja de La Corona la noche del secuestro, aparte de $45,261.65 de su caja particular, $1,220.00 de gastos médicos; $6,900.00 de gastos jurídicos y, $33,205.00 de intereses a razón del 6% anual.”
De acuerdo con la investigación denominada “El Secuestro del Poder”, debido a sus negocios y buenos manejos financieros, la especulación con el tipo de cambio en la compra venta de bienes, Jenkins logró que para el año 1917 su fortuna alcanzara los 10 millones de pesos.
Cuando esta cantidad, simplemente, era impensable.
Así, Jenkins se convirtió en el hombre más rico de México.
Los negocios de William Oscar Jenkins florecieron en el periodo de Manuel Ávila Camacho.
Para hablar de la creación de “La Fundación Jenkins” es necesario hablar de las propiedades del norteamericano.
Azúcar y sus derivados, vainilla, harina, alimentos enlatados, productos químicos, fábricas textiles, cemento, maquinaria, automóviles, emisoras radiofónicas, periódicos, televisión y cine. Su alianza con Espinosa Yglesias y Alarcón se expandió a la banca y a la industria de la construcción por medio de su sociedad con el avilacamachismo; su consorcio con Rómulo O´Farril en la armadora Packard en Puebla.
Culminó con la entrada de ambos en la más potente estación de televisión en México: Televicentro.
Posteriormente ampliaron la empresa con la inclusión de Emilio Azcárraga Vidaurreta (expropietario de la Cadena de Oro, de la que formaba parte el cine Alameda, que pasó a ser de Jenkins), Maximino Ávila Camacho, varios ministros y senadores.
Al cumplir los 70 años de edad, el millonario Jenkins decidió hacer caso a Mary, su esposa -quien contribuyó a acrecentar la fortuna-, y establecer que su dinero se dejara como herencia para obras de beneficencia.
De acuerdo con la biografía autorizada que escribió el mismo Manuel Espinosa, fue él mismo quien le recomendó a William Oscar Jenkins que no esperara a que llegara su muerte para cumplir este fin y que creara una fundación, así nació la “Mary Street Jenkins”.
“Decidió dejar todo su capital en México para una institución de beneficencia que se dedicara a diversas obras.
“Él había pensado dejarlo especificado así en su testamento. Yo le sugerí que lo hiciera en vida, pues el testamento iba a ser atacado y posiblemente tendría que pagar pensión de herencias, ya que el gobierno de México exigía entonces ese requisito y también el gobierno americano. Él se animó a constituir la Fundación Mary Street Jenkins”.
Los datos aportados por “El Secuestro del Poder” indican que el dos de julio de 1954, tres meses antes de crear a la fundación, William Jenkins envió una carta a Antonio Carrillo Flores, secretario de Hacienda y Crédito Público.
En ese documento le cuenta que tiene el propósito de establecerla “con el objeto de hacer el bien en esta ciudad y estado por tiempo indefinido”.
De entrada, propone iniciar con el traspaso de todas las acciones de la Compañía Constructora y Operadora de Inmuebles S.A. con un capital de 90 millones de pesos.
Es decir, todos los cines de la república.
De hecho, los 35 edificios de las ciudades grandes de la República forman parte del convenio que se firma y donde se establece una renta garantizada de 8 millones de pesos anuales que pagará como renta el gobierno federal.
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La Fundación Mary Street Jenkins se creó en octubre de 1954.
Los integrantes del patronato fundador fueron: William Oscar Jenkins (fundador y presidente), Manuel Espinosa Yglesias (patrono), Manuel Cabañas Pavía (secretario), Felipe García Eguiño (patrono), William Anstead Jenkins (patrono), y Sergio B. Guzmán (patrono suplente).
Su primer asiento contable fue el traspaso de la Compañía Constructora y Operadora de Inmuebles, la mitad de la cual pertenecía a Espinosa Yglesias, quien cambió su parte por las acciones de Jenkins del Banco de Comercio.
Así, este hombre que nació en Tenesse, Estados Unidos el 18 de mayo de 1878 y murió hace 36 años, logró que su imagen sea recordada, con el paso del tiempo como un filántropo por excelencia.
La historia de la fundación no termina ahí.
En su investigación, Teresa Bonilla, establece que en la carta que envió Jenkins al secretario de Hacienda, uno de los hombres más influyentes en el gobierno de Emilio Portes Gil, se logró, además una interpretación de la ley, a modo, para favorecer a la recién creada Fundación Jenkins.
“En la misiva expone su preocupación porque la Compañía Constructora y Operadora de Inmuebles tenía que pagar el impuesto de ingresos Income Tax, y por la imposibilidad de la fundación de adquirir o poseer inmuebles, estipulado en el artículo 27 de la Constitución Mexicana. Ante tales obstáculos le solicitó interpretar la ley en el sentido de que la fundación mantuviera como necesarios para su objeto todos los bienes raíces y empresas de la compañía referida, pues de lo contrario tendría que pagar esos impuestos y dificultaría el fin de su origen”.
Evidentemente el secretario de Hacienda concedió lo solicitado.
Así, la recién creada fundación conservó las empresas que la conformaban y se estipuló para ella exención de impuestos por diez años.
De esta manera, Jenkins antes de morir pudo gozar de mejores prerrogativas y trato por parte del Estado, lo cual le benefició con mayor margen de ganancias por sus actividades industriales, respecto a otros empresarios”.
Originalmente, la fundación garantizaba beneficios para toda la población.
La construcción de hospitales como el Latinoamericano -cuyo edificio fue vendido para la construcción del ahora Hotel Real de Puebla a la muerte de Jenkins-, la apertura de los clubes Alpha, para servicio de familias de escasos recursos.
Y eso no es todo, aunque claro, en la actualidad las obras de la Fundación no quedaron sólo en beneficencia sino que -a final de cuentas- representan negocios redituables con acceso limitado a un sector pudiente de la población.
Es el caso de la Universidad de las Américas, uno de los centros de educación superior más costosos del país, cuyos edificios han sido pagados por la fundación y realizados por las compañías constructoras de Espinosa Yglesias.
Ese es el caso también de los deportivos Club de Golf y Clubes Alpha, los cuales dejan jugosas utilidades con las cuotas de los “socios”.
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La historia de la fundación es un caso aparte.
Y es que desde su surgimiento en 1954 y hasta la muerte de William Jenkins, la fundación recibió toda su fortuna, que, entera, ascendió a 750 millones de pesos, 60 millones de dólares a la paridad de ese año.
En el libro de la Fundación Mary Street Jenkins se publicó parte del Testamento del millonario.
A su muerte, fue Manuel Espinosa Yglesias quien tomó las riendas como presidente del patronato y sólo se incluyó al nieto del fundador como segundo patrono, William Anstead Jenkins.
Ninguna de sus cinco hijas formaría parte del patronato de la fundación, por órdenes del creador.
Así, desde ese momento y hasta hace 5 años, cuando murió Manuel Espinosa Yglesias, fue él quien dirigió a la fundación.
Al renunciar dejó en el cargo a su hija Ángeles Espinosa Rugarcía, no sin antes expulsar al único descendiente de su creador y a la esposa de éste.
La polémica entre los descendientes Jenkins y los Espinosa llegó a los tribunales.
De hecho, se prolongó por años.
Y es que por la expulsión, los esposos Jenkins Landa, interpusieron, el 27 de febrero de 1997, un juicio ordinario civil que dos años después ganaron.
La respuesta no se hizo esperar, ya que se revirtió el triunfo hasta el juicio de amparo interpuesto por Espinosa Yglesias, Ángeles Espinosa, Guadalupe Espinosa de Cosío y Álvaro Conde y Díaz Rubio.
La investigación al respecto establece que el proceso se basaba en que la constitución de la Fundación de la Universidad de las Américas donó el campus universitario a la Fundación Mary Street Jenkins, que según el juez de la causa del Distrito Federal en el expediente 315/97 resolvió como acto ilegal.
El ocho de diciembre de 1998, la Junta para el Cuidado de las Instituciones de Beneficencia Privada resolvió no ejecutar la sentencia y reinstalarlos en el patronato de las fundaciones. La decisión fue tomada por el entonces gobernador del estado Manuel Bartlett Díaz, una semana antes de abandonar la gubernatura poblana.
Para nadie fue un secreto que la relación entre Angeles Espinosa y el gobierno de Bartlett fue siempre cordial.
Vale la pena mencionar que, por lo menos, y contrario a lo que estableció en su testamento William Jenkins, durante 6 sexenios seguidos de gobiernos poblanos, la Fundación Jenkins permaneció ajena al estado de Puebla.
Gobernadores como Aarón Merino, Nava Castillo, Rafael Moreno, Gonzalo Bautista, Guillermo Morales e incluso Alfredo Toxqui se vieron obligados a suplicar por el apoyo de la fundación para realizar obras de rescate del Centro Histórico de Puebla, o acciones de beneficencia, cuando el testamento así lo establecía.
Contrario a ese documento, la Fundación dedicó sus recursos a salvar el Centro de la Ciudad de México y realizar obras de beneficio pero fuera de Puebla.
Una de las demandas legales de la familia Jenkins radica en que propiedades como la Ex Hacienda de Santa Catarina Mártir, nunca fue prevista para la construcción de una Universidad como la de las Américas.
Y es que el testamento obligaba a apoyar a la Universidad Autónoma de Puebla, pero por motivos políticos, y hay quienes aseguran que por capricho de don Manuel Espinosa, prefirió construir una nueva universidad privada y luego indirectamente aceptó donar los terrenos de Ciudad Universitaria para la UAP.
Espinosa Yglesias vendió parte de las empresas que conformaban la fundación.
La investigadora Teresa Bonilla en su estudio, indica que se comercializaron una enorme cantidad de hectáreas de bosques en Apatzingán, que Jenkins había desmontado para transformarlas en fértiles tierras algodoneras. Al morir el norteamericano los terrenos fueron comprados por el gobierno de México.
También se distinguió por aniquilar numerosos bienes creados por Jenkins para prestar servicio a la población de medianos y escasos recursos, como el Hospital Latinoamericano; y por convertir otros, como los Clubes Alpha y La Universidad de las Américas, en negocios redituables que en nada cumplen los objetivos planteados por su fundador.
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La historia no ha terminado.
El problema legal que se inició con la publicación del testamento de William Jenkins en 1962 se ha prolongado durante años por el descontento que generó la dirección de la fundación por parte de Manuel Espinosa entre los familiares del millonario de origen estadounidense.
Luego de más de 10 años de litigio, los descendientes Jenkins ganaron el amparo de la justicia federal y obtuvieron que se les regrese su lugar en el Patronato de la Fundación, así como exigieron una revisión a fondo del manejo financiero del organismo.
De esa manera, la orden de la Suprema Corte de Justicia para reestablecerlos en el Patronato, que no fue cumplida en su momento por la Junta en el gobierno de Manuel Bartlett, tuvo que ser acatada como una orden federal por el gobierno de Melquiades Morales Flores, quien mediante el presidente de la institución creada para vigilar a las fundaciones de beneficencia pública, Amado Llaguno Mayaudón, también dejó pasar la instrucción, por lo menos por un tiempo.
La fundación Jenkins, hoy, es motivo de auditorías y una serie de litigios y, como en su momento lo fue William Oscar J., es motivo de polémica y misterio.
Indudablemente, una oscura historia se teje, aún, por detrás.